viernes, 29 de enero de 2010

Segunda oportunidad

Acababa de cruzar la puerta y antes de decirlo ya lo transmitía. Su sonrisa, ese brillo en los ojos, la luz que, de repente, irradiaba. Venía de visitar al doctor, en su terrorífica rutina, en su cuenta atrás. Puede que haya sido la mejor noticia que ha recibido en su vida y puede también que existan las segundas oportunidades. "Está remitiendo, saldrás de esta". Eso es lo que escuchó, una frase que se ha convertido en su nueva casilla de salida, en la respuesta a todas sus súplicas, en la posibilidad de ver crecer a sus hijas.

Estas pequeñas gotas de esperanza son las que dan sentido a este sucio mundo gobernado por el egoísmo, las traiciones y las mentiras.

P., te acabas de convertir en la representación de la esperanza. Gracias por compartir tu felicidad con nosotros.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La noticia

Todas las facciones de su cara desaparecieron cuando recibió la noticia. Al principio sintió un fuerte calor que invadió todo su cuerpo. Los ojos vidriosos, la boca seca, un zumbido en los oídos como si hubiese estallado algo cerca y el corazón latiendo más deprisa de lo habitual. Respiró. Se mojó la cara. Se miró al espejo. Y volvió a respirar. Miró sus manos y se concentró en evitar ese molesto temblor que había aparecido hacía un momento, pero no lo consiguió. El resto del día lo pasó en una burbuja. Oía a los que le rodeaban, pero no les escuchaba. Su cabeza era incapaz de pensar en otra cosa. No podía mantener una conversación sin repetir una y otra vez: "¿qué has dicho?, perdona, no te he entendido". Notaba su pulso en la sien y el leve dolor de cabeza que sentía era cada vez más fuerte, cada vez más insoportable, hasta llegar el punto de causarle náuseas.

"...no podemos hacer nada...", "...la metástasis es irrefrenable...". Las frases del doctor retumbaban en su cabeza incluso cuando llevaba horas intentando dormir. Su mujer lo abrazaba más fuerte de lo habitual. Disimulaba haciéndose el dormido, pero era incapaz de contener las lágrimas. Se mordía la lengua para que su compañera no lo oyera sollozar. Pensaba en sus hijas mientras se desmoronaba.

Tal era la pena que inundaba su corazón que el cierre de la consultoría que dirigía casi le pasó inadvertida. La química que recorre sus venas ha conseguido hacerlo impasible y le ha robado las fuerzas, igual que la crisis que ha vivido este país durante el último año le privó de su negocio, del sustento de su familia.

Ahora, de vez en cuando, se deja caer por las oficinas de sus amigos. Una media sonrisa forzada destaca en su cara enrojecida y ya se ha acostumbrado a ser el motivo que apena a sus compañeros. Vive resignado, esperando a que llegue el día, rogando no convertirse en una carga para su familia durante sus últimos momentos. Se consume despacio mientras intenta animar a los que le rodean quitando importancia a su situación. Pero no lo consigue y, cuando se marcha, deja tras de sí un ambiente desolado y frío, más patente si cabe en este tiempo en el que los reencuentros familiares suelen ser protagonistas.

P., este es nuestro humilde homenaje. Gracias por cada minuto que compartes con nosotros.

jueves, 9 de julio de 2009

20 céntimos

"¿Me daría 20 céntimos que me faltan para comprar una barra de pan? Hoy no he comido", dice a cada transeúnte que se encuentra a modo de coletilla ensayada, mil veces repetida. Está acostumbrado al no por respuesta, en la mayoría de las ocasiones acompañado de un "no llevo suelto" o "no llevo dinero encima". Miradas de asco, de reprobación y, en menor medida, de lástima son el espejo en el que se mira cada día. A veces muestra una apariencia afable, distraída, tragicómica (oronda barriga, dedos rollizos y una media melena rizada, descuidada y sucia). Otras está nervioso, casi reprimiendo su agresividad para no ahuyentar las escasas posibilidades de recibir una mísera limosna. Y le resulta tan difícil...

"¿Un cigarro?", pregunta al siguiente muchacho que se encuentra, convencido de que es lo único que va a recibir. Se sienta en un bordillo mientras lo enciende con un mechero prestado y que observa con curiosidad. Aspira profundamente, intentando asimilar toda la nicotina posible en una sola calada asumiendo, una vez más, que el tabaco no supone ninguna alternativa. "La gente no sabe lo que es esto", medita mirando una sucia cornisa repleta de palomas sin que casi nadie le preste atención.

A su modo, con sus palabras y con la mayor vehemencia que es capaz de ofrecer diserta sobre la imposibilidad de salir del pozo en el que ha sumido su existencia. La adicción que corroe su cuerpo es más poderosa que su voluntad, que su conciencia e, incluso, que su corazón. Es la única razón por la que vive, por la que se despierta cada mañana y por la que todavía no se ha lanzado al vacío desde algún lugar apartado, tranquilo y alto, muy alto. Y lo que es peor, sabe perfectamente que esa dependencia es lo que lo va a matar. Lo único que desea es que llegue pronto.

Ya no frecuenta aquella calle coronada por la sucia cornisa. Puede que simplemente se haya marchado a otro sitio, que haya optado por dirigirse a otro lugar en el que la generosidad de la gente sea mayor. También puede que, obligado, haya conseguido desintocoxicarse y ahora se dedique a confeccionar ceniceros de arcilla o marcos para fotos hechos con pequeños trozos de cristal de colores. Los más optimistas creen que, incluso, tiene un buen trabajo y ha rehecho su vida.

O puede que, por fin, su anhelo se haya cumplido.

domingo, 7 de junio de 2009

Ayer, mañana... hoy

Una vez más esta ciudad sigue dando lecciones, enseñando, aconsejando, guiando, atrapando. Con sus charlatanes y sus musas, con sus ídolos y demonios, con sus cumbres y pozos oscuros. Con sus ganas de mostrar la realidad y dejar las interpretaciones para cada uno de nosotros. En ocasiones es cruel, casi sádica, aunque otras veces también te mima con una dulzura difícil de encontrar. Te enseña todas las caras de la vida y pone delante de ti infinidad de puertas para abrir. Pero hay que escoger.

A veces te atrapa, te encadena, te encierra, pero siempre te ofrece una vía de escape, una pequeña grieta por la que escapar durante un rato de la burbuja.


Con sus deliciosos cantos de sirena consigue que pronto la añores, que quieras volver, que confirmes que nunca vas a abandonarla. Te invita a salir y logra que, en poco tiempo, desees volver a entrar. Y te enseña nuevas puertas y te ofrece nuevos caminos. Del mismo modo en que te borra la sonrisa, te la devuelve mejor dibujada. Te quita mucho, pero te regala la posibilidad de obtener mucho más... y puede que mejor... Sólo hay que saber qué puerta abrir.


Estas lecciones te las da en distintos escenarios. Unos son abstractos, como la soledad, el astío, la dependencia o la frustración. Y otros concretos, como las oficinas del INEM o las consultas de la Seguridad Social, una escondida cafetería o un apartado rincón de un parque. Pone principio y fin a tus vivencias, pero hace que éstas se sucedan sin parar. Si se le antoja, te roba todo lo que tienes, te castiga. Pero también te recompensa...

Siempre fue un apasionado de la música. Sólo pensaba en tocar la guitarra, pero siguiendo los consejos de sus progenitores se labró un buen futuro. Unos estudios que no le gustaban le proporcionaron un trabajo que le aburría, pero el calor de su mujer y el cariño de su pequeña le hacían feliz. Hasta aquel día en que todo se nubló. Perdió su empleo y a su amada, que dejó de verle capaz de ser su sustento. Y cayó a un profundo y negro pozo del que pudo escapar gracias a las cuerdas de su guitarra. Reunió todas las fuerzas que le quedaban y el valor que nunca había sabido utilizar. Abandonó la ciudad y, durante un tiempo, recorrió lugares que le hicieron darse cuenta de que no se puede olvidar el pasado ni programar el futuro. No fue un viaje fácil, pero le hizo renacer. Dice que no debemos pensar que la felicidad se quedó atrapada en el ayer, ni que vendrá de la mano del mañana. Dice que la felicidad está en el hoy y que es ahí donde debemos buscarla. Puede que tenga razón.

Ahora toca la guitarra en una preciosa calle peatonal del centro y sonríe cada vez que alguien deja caer unas monedas en la pequeña cesta que preside su escenario. Y fue así como la conoció. La describe como una diosa de ojos verdes y cabello negro, largo, ondulado. Dice que nunca se habría imaginado que su vida, a estas alturas, iba a ser así, pero que es feliz. A su manera y sin su pequeña (que ya no lo es tanto), pero feliz.

Pero sus ojos transmiten añoranza...

martes, 5 de mayo de 2009

El camino correcto

Esta ciudad, y la gente que en ella vive, enseña importantes lecciones. En ocasiones es difícil no plantearse si merece la pena ser una buena persona, si los beneficios que se obtienen de ello son reales o esta actitud bondadosa no es más que un imperativo moral, impuesto por la cultura y la educación para mantener el orden establecido y seguir alimentando la esperanza de los más desafortunados. La casualidad, el infortunio o una sucesión de hechos inesperados que llegan a azotar los valores más robustos cuestionan seriamente la valía de hacer el bien. Me explico. Cuando, de repente, el castillo de naipes que conforma tu vida se desmorona, cuando la tierra firme deja paso a un mar enrabietado en el que es casi imposible sobrevivir, cuando las buenas noticias se terminan y las malas se suceden sin remedio, ¿podemos seguir creyendo en las tesis de que la bondad es el único camino hacia la felicidad? Aquellos que creen en un ente superior y todopoderoso se excusan en la inconsciencia de la manida prueba de fe. ¿Y los que no? ¿Y para los que sólo valen los hechos reales, esos que pueden verse, oirse o tocarse?

Valgan ejemplos terrenales. Pierdes el trabajo justo en el momento en el que crees que ya no te queda nada más que perder, y descubres el inframundo de la oficina del INEM (esto se merece un post futuro y exclusivo) donde, aunque lo intentes, es imposible hacer las cosas bien. Justo en ese momento es casi imposible no optar por el autobeneficio. La rabia y la impotencia nublan la vista y anulan las intenciones de los corazones bondadosos. Pero una vez más, esta ciudad, y la gente que en ella vive, tiene la respuesta. Sólo hay que buscarla.

Para la gran mayoría, su empleo supone más un estorbo que una ayuda, de ahí que se le desprecie buena parte del tiempo. "Sólo se dedican a poner multas y nunca están cuando hacen falta", se oye en cualquier bar de chatos de vino espeso. Pero no es cierto, al menos no en todos los casos. Mantendremos su nombre en el anonimato pero no su pequeño granito de arena para hacer de este desastroso e injusto mundo un lugar algo mejor. Decidió viajar a la India y, en lugar de aprovisionarse de los utensilios típicos de un turista, optó por llenar las maletas con material escolar donado por distintas entidades. El primer escollo lo encontró en el aeropuerto. "Tendrá que pagar 540 euros por el exceso de peso", le indicaron. No le importó porque su gesta ya había contagiado al personal de la compañía aérea que, con disimulo, empujó la maleta hacia el oscuro túnel olvidando cobrar el importe.

Una vez allí, descubrió lo que era la pobreza más absoluta.






Y también que, con un simple gesto, es posible hacer feliz a los que más lo necesitan.





Es difícil encontrar un sentimiento mejor que la satisfacción que se obtiene con ello, por lo que, pese a las adversidades, las decepciones y las frustaciones, es casi imposible refutar que ese es el camino correcto, el que hay que seguir para hallar la felicidad, aunque a veces esté escondido.

martes, 24 de marzo de 2009

Anhelando al sereno

Corría el año 1769 y este país estaba en manos de Carlos III, un déspota ilustrado que, pese a ello, activó medidas tan progresistas para la época como dictaminar que los niños mayores de 4 años debían ir a la escuela. Los ministros que el monarca tenía dirigiendo esta ciudad crearon un curioso cuerpo de vigilantes nocturnos llamados 'serenos'. Aquí nació este tipo de servicio a la comunidad y, también desde aquí, se extendió a otras muchas urbes españolas (si, por aquel entonces, podían denominarse así). El sereno solía ser un hombre nocturno, en la mayoría de los casos sin familia, sin nadie que lo esperara en casa, y con muchas ganas de recorrer la ciudad en solitario, ayudando a todo aquel que lo necesitara. Normalmente, el sereno era una persona que dormía poco, durante el día se sentía somnoliento, casi fuera de lugar y huía de las multitudes. Cuando caía el sol él renacía y, enfundado en su uniforme, comenzaba a pasear por las calles en busca de nuevas anécdotas que, casi siempre, permanecían en el silencio y, tras unos días, se veían abocadas al olvido. El sereno era capaz de entablar fugaces amistades, intensas, pero que se terminaban en cuestión de momentos. Aquellos que tenían buen corazón venían, ayudaban y se marchaban, muchas veces sin recibir nada a cambio. Pero su mayor pago, el que mejor les hacía sentir, era las miradas de agradecimiento de aquellos a los que socorrían en momentos difíciles.

Ya en la época actual, no hace más que unos meses (quizá un par de años), el Ayuntamiento empezó a estudiar la posibilidad de hacer revivir la figura del sereno, de resucitarles. Las fuerzas sindicales se opusieron rotundamente. "En estos tiempos es imposible garantizar su seguridad", argumentaban. De todas formas, hubiese sido utópico pensar que los serenos actuales pudieran parecerse a sus predecesores. Pero desde un punto de vista ilusorio, puede que incluso infantil, la idea de retomar esa forma de vida seguro haría feliz a muchas personas que verían una salida a su desdichada existencia. Supondría la mejor alternativa al vacío al que les ha empujado el destino. Una vía de escape en la que cobijarse ante la imposibilidad de hacer frente a su gris realidad. Sin embargo, una nueva e irreal puerta se ha cerrado para aquellos que ya han perdido la fe en el futuro, para aquellos que viven el día anhelando la noche, para los que se alimentan de ilusiones y recuerdos.

sábado, 21 de febrero de 2009

Tienen derecho a rezar

Sorpresa, incredulidad y algún que otro suspiro de conformismo. Es curioso comprobar cómo algunos representantes públicos anteponen el rezo a la subsistencia. En la fiesta grande de esta ciudad, en esa en la que arden insultantes cantidades de dinero y las lágrimas brotan en cada rincón, es inusualmente llamativo cómo se anteponen los intereses de la mentira más conseguida de la historia a la posibilidad de que un grupo de personas pueda seguir colgando el cartel de 'abierto' en sus negocios. En esa tradicional festividad, que da de comer a miles de familias, siempre queda un hueco para el fervor religioso, unas creencias que, bien entendidas, pueden arrancar de la desesperación a muchísimas personas pero que, cuando se anteponen a todo lo demás, llegan a desesperar a otras tantas. Durante dos largos días, la calle principal, esa que conduce al templo del mayor icono religioso conocido en esta ciudad, permanece prácticamente sitiada para permitir la lenta procesión de devotos, hipócritas o simples aficionados que se disponen a entregar a la Gran Madre ostentosos ramos de flores. Un alarde de explosión de fe para unos, una tradicional procesión para otros, o un simple acto fallero para la mayoría. Respetable y respetuoso, sin duda. Sin embargo, para abrir el camino e impedir desórdenes, el Ayuntamiento se apremia en colocar gigantescas murallas para delimitar el sinuoso camino. Esas murallas, afortunadamente, cuentan con accesos que consiguen que el centro de esta ciudad no quede partido en dos, aislado. Pero, en ocasiones, la colocación de estas puertas, de estas vías de escape, llega a desesperar a un grupo de comerciantes que comprueban cómo, una vez más, el acceso a su pequeño rincón, a su modo de vida, queda taponado y ahogado. Por contra, justo enfrente, en la fachada principal de una pequeña iglesia, desaparece por completo la muralla. "Hay que dejar a la gente que vaya a rezar", se justifican desde la Casa Consistorial. "¿Y por eso hay que impedir a humildes familias poder ganar algo de dinero durante la semana más próspera de la ciudad?", se preguntan los dueños de estos pequeños comercios. La Iglesia, entendida como institución y gracias a sus brazos llenos de tentáculos, consigue una vez más anteponer su canal de propaganda al bienestar de los mortales. Y lo que es más grave, consentido por aquellos que pueden permitirse lujos gracias a un papel colocado en una urna. Sufrir situaciones de este tipo hace que sea muy difícil seguir alimentando el necesario respeto que se merece esta institución que, para unos, salva vidas y hace de este mundo un lugar mejor; aunque para otros (entre los que me incluyo) no trae más que retroceso y justificaciones absurdas de un mundo cruel.
Dedicado a Mahs y a su fiesta del día 1.