jueves, 18 de diciembre de 2008

La sonrisa de Abdul

Llegó a Francia dispuesto a terminar sus estudios de Biología, pero algunos problemas burocráticos se lo impidieron porque había cometido el error de nacer en Senegal. No tuvo más remedio que marcharse y, por caprichos del destino, aterrizó en este hospitalario país, en esta cívica y respetuosa ciudad. De repente, se vio inmerso en un mundo que no entendía. Pero sabía que para sobrevivir aquí necesitaba dinero. Lo intentó todo y no pudo más que esquivar la Ley para poder subsistir, hasta que el destino le dio una nueva oportunidad. De la noche a la mañana, cambió las sudaderas y los vaqueros por un traje de lujo y encabezó el Servicio de Seguridad de un exclusivo desfile de moda. No desaprovechó la oportunidad y todo cambió. Sus ojos adquirieron un brillo especial y ya no dejó de sonreír. Ahora le ofrecen un buen empleo en la sección de movilidad de otra empresa, pero la Ley no lo permite. No tiene papeles, es un ilegal. Aún así, Abdul es una de las personas más felices que conozco. Transmite la sensación de que ha conseguido un importante objetivo. Poder sobrevivir con sus propios medios. Ya no tiene miedo. Ni siquiera le afectan los comentario que, con demasiada asiduidad, surgen de la ignorancia o la intolerancia. Un desprecio no sólo dirigido a él, sino a todos los que le ayudan. Una absurda actitud que hace cuestionar si de verdad ha merecido la pena llegar hasta aquí. Pero él no lo cuestiona, él sólo sonríe.

*permitidme que no os muestre su cara (NNN)

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Regresar al pasado

'Pub Diana' se llama y una vez al mes consigue que decenas de jubilados vuelvan a ser felices durante un rato. Varias señoras de mediana edad, regentes y clientas de comercios de la zona, se escandalizan cuando, a primeros de mes, contemplan la larga cola de pensionistas que, con una sonrisa dibujada en la boca, esperan su turno a las puertas de lo más parecido al cielo que han conocido. Siempre siguen el mismo patrón. Cobran su pensión y, como si fueran sonámbulos, se dirigen a ese estrecho callejón para poder rememorar su juventud una vez más, porque quizá sea la última. Sin pudor y con ilusión esperan su momento, su media hora de gloria (una hora para los más pudientes). Cuando salen, lo que ellos definirían como una bella señorita los despide en la puerta con dos besos, sonoros, afectuosos. Se marchan felices, con la esperanza de que el mes siguiente, con el nuevo ingreso procedente de las arcas del Estado, puedan otra vez regresar al pasado. Las señoras de mediana edad cuchichean, señalan con el dedo, miran por encima del hombro, desprecian tanto a ellos como a ellas. Pero ni a ellos ni a ellas les importa. Seguro que a los codiciosos proxenetas, que aguardan escondidos con el botín, tampoco.


martes, 16 de diciembre de 2008

Bicicletas de alambre

Cada mañana coge el autobús acompañado por una anciana en silla de ruedas. Debe ser su madre y parece mucho mayor de lo que realmente es. Desprenden un olor difícil de digerir cultivado por una evidente falta de higiene. Su aspecto dice que las dificultades económicas que atraviesan son aterradoras. Parece que algún tipo de enfermedad mental se ha adueñado de ellos.
Cuando llegan al centro, él busca algún rincón transitado donde 'aparcar' a la anciana en silla de ruedas. La ilustra con un trozo de cartón donde ha maldibujado algunas palabras y se despide de ella con la esperanza de que, al final del día, haya conseguido algunas monedas. Él se aleja. Parece que prefiere no tenerla demasiado cerca. Se sienta apoyado en la pared y comienza con su labor diaria. Trabaja el alambre. Le da forma hasta conseguir algunos objetos, en la mayoría de los casos bicicletas, que intenta vender a los transeúntes por un módico precio.
Su vida debe ser más que difícil y un día, de repente, su rutina diaria se ve afectada. El Ayuntamiento, de manos de algún agente de la Policía Local, decide sancionar su trabajo, la única alternativa que le queda a mendigar o robar. Una circunstancia curiosa (por no entrar en valoraciones más drásticas) que sirve para ilustrar un pequeño artículo de un periódico. Pero quizá por ese artículo, quizá por una coincidencia, o por ambas cosas, la vida vuelve a darle otra limosna a este individuo. Tras unos días, una empresa de mensajería ecológica opta por comprarle un puñado de bicicletas de alambre y ofrecerlas como obsequio a sus clientes. Paradójicamente, uno de sus clientes es el propio Ayuntamiento, que recibirá, como todos, su bicicleta de alambre como regalo navideño. Un simple soplo de aire fresco para él y otra de las miles de historias que, cada día, se suceden en esta asombrosa ciudad.