martes, 5 de mayo de 2009

El camino correcto

Esta ciudad, y la gente que en ella vive, enseña importantes lecciones. En ocasiones es difícil no plantearse si merece la pena ser una buena persona, si los beneficios que se obtienen de ello son reales o esta actitud bondadosa no es más que un imperativo moral, impuesto por la cultura y la educación para mantener el orden establecido y seguir alimentando la esperanza de los más desafortunados. La casualidad, el infortunio o una sucesión de hechos inesperados que llegan a azotar los valores más robustos cuestionan seriamente la valía de hacer el bien. Me explico. Cuando, de repente, el castillo de naipes que conforma tu vida se desmorona, cuando la tierra firme deja paso a un mar enrabietado en el que es casi imposible sobrevivir, cuando las buenas noticias se terminan y las malas se suceden sin remedio, ¿podemos seguir creyendo en las tesis de que la bondad es el único camino hacia la felicidad? Aquellos que creen en un ente superior y todopoderoso se excusan en la inconsciencia de la manida prueba de fe. ¿Y los que no? ¿Y para los que sólo valen los hechos reales, esos que pueden verse, oirse o tocarse?

Valgan ejemplos terrenales. Pierdes el trabajo justo en el momento en el que crees que ya no te queda nada más que perder, y descubres el inframundo de la oficina del INEM (esto se merece un post futuro y exclusivo) donde, aunque lo intentes, es imposible hacer las cosas bien. Justo en ese momento es casi imposible no optar por el autobeneficio. La rabia y la impotencia nublan la vista y anulan las intenciones de los corazones bondadosos. Pero una vez más, esta ciudad, y la gente que en ella vive, tiene la respuesta. Sólo hay que buscarla.

Para la gran mayoría, su empleo supone más un estorbo que una ayuda, de ahí que se le desprecie buena parte del tiempo. "Sólo se dedican a poner multas y nunca están cuando hacen falta", se oye en cualquier bar de chatos de vino espeso. Pero no es cierto, al menos no en todos los casos. Mantendremos su nombre en el anonimato pero no su pequeño granito de arena para hacer de este desastroso e injusto mundo un lugar algo mejor. Decidió viajar a la India y, en lugar de aprovisionarse de los utensilios típicos de un turista, optó por llenar las maletas con material escolar donado por distintas entidades. El primer escollo lo encontró en el aeropuerto. "Tendrá que pagar 540 euros por el exceso de peso", le indicaron. No le importó porque su gesta ya había contagiado al personal de la compañía aérea que, con disimulo, empujó la maleta hacia el oscuro túnel olvidando cobrar el importe.

Una vez allí, descubrió lo que era la pobreza más absoluta.






Y también que, con un simple gesto, es posible hacer feliz a los que más lo necesitan.





Es difícil encontrar un sentimiento mejor que la satisfacción que se obtiene con ello, por lo que, pese a las adversidades, las decepciones y las frustaciones, es casi imposible refutar que ese es el camino correcto, el que hay que seguir para hallar la felicidad, aunque a veces esté escondido.