A veces te atrapa, te encadena, te encierra, pero siempre te ofrece una vía de escape, una pequeña grieta por la que escapar durante un rato de la burbuja.
Con sus deliciosos cantos de sirena consigue que pronto la añores, que quieras volver, que confirmes que nunca vas a abandonarla. Te invita a salir y logra que, en poco tiempo, desees volver a entrar. Y te enseña nuevas puertas y te ofrece nuevos caminos. Del mismo modo en que te borra la sonrisa, te la devuelve mejor dibujada. Te quita mucho, pero te regala la posibilidad de obtener mucho más... y puede que mejor... Sólo hay que saber qué puerta abrir.
Estas lecciones te las da en distintos escenarios. Unos son abstractos, como la soledad, el astío, la dependencia o la frustración. Y otros concretos, como las oficinas del INEM o las consultas de la Seguridad Social, una escondida cafetería o un apartado rincón de un parque. Pone principio y fin a tus vivencias, pero hace que éstas se sucedan sin parar. Si se le antoja, te roba todo lo que tienes, te castiga. Pero también te recompensa...
Ahora toca la guitarra en una preciosa calle peatonal del centro y sonríe cada vez que alguien deja caer unas monedas en la pequeña cesta que preside su escenario. Y fue así como la conoció. La describe como una diosa de ojos verdes y cabello negro, largo, ondulado. Dice que nunca se habría imaginado que su vida, a estas alturas, iba a ser así, pero que es feliz. A su manera y sin su pequeña (que ya no lo es tanto), pero feliz.
Pero sus ojos transmiten añoranza...