jueves, 9 de julio de 2009

20 céntimos

"¿Me daría 20 céntimos que me faltan para comprar una barra de pan? Hoy no he comido", dice a cada transeúnte que se encuentra a modo de coletilla ensayada, mil veces repetida. Está acostumbrado al no por respuesta, en la mayoría de las ocasiones acompañado de un "no llevo suelto" o "no llevo dinero encima". Miradas de asco, de reprobación y, en menor medida, de lástima son el espejo en el que se mira cada día. A veces muestra una apariencia afable, distraída, tragicómica (oronda barriga, dedos rollizos y una media melena rizada, descuidada y sucia). Otras está nervioso, casi reprimiendo su agresividad para no ahuyentar las escasas posibilidades de recibir una mísera limosna. Y le resulta tan difícil...

"¿Un cigarro?", pregunta al siguiente muchacho que se encuentra, convencido de que es lo único que va a recibir. Se sienta en un bordillo mientras lo enciende con un mechero prestado y que observa con curiosidad. Aspira profundamente, intentando asimilar toda la nicotina posible en una sola calada asumiendo, una vez más, que el tabaco no supone ninguna alternativa. "La gente no sabe lo que es esto", medita mirando una sucia cornisa repleta de palomas sin que casi nadie le preste atención.

A su modo, con sus palabras y con la mayor vehemencia que es capaz de ofrecer diserta sobre la imposibilidad de salir del pozo en el que ha sumido su existencia. La adicción que corroe su cuerpo es más poderosa que su voluntad, que su conciencia e, incluso, que su corazón. Es la única razón por la que vive, por la que se despierta cada mañana y por la que todavía no se ha lanzado al vacío desde algún lugar apartado, tranquilo y alto, muy alto. Y lo que es peor, sabe perfectamente que esa dependencia es lo que lo va a matar. Lo único que desea es que llegue pronto.

Ya no frecuenta aquella calle coronada por la sucia cornisa. Puede que simplemente se haya marchado a otro sitio, que haya optado por dirigirse a otro lugar en el que la generosidad de la gente sea mayor. También puede que, obligado, haya conseguido desintocoxicarse y ahora se dedique a confeccionar ceniceros de arcilla o marcos para fotos hechos con pequeños trozos de cristal de colores. Los más optimistas creen que, incluso, tiene un buen trabajo y ha rehecho su vida.

O puede que, por fin, su anhelo se haya cumplido.