domingo, 7 de junio de 2009

Ayer, mañana... hoy

Una vez más esta ciudad sigue dando lecciones, enseñando, aconsejando, guiando, atrapando. Con sus charlatanes y sus musas, con sus ídolos y demonios, con sus cumbres y pozos oscuros. Con sus ganas de mostrar la realidad y dejar las interpretaciones para cada uno de nosotros. En ocasiones es cruel, casi sádica, aunque otras veces también te mima con una dulzura difícil de encontrar. Te enseña todas las caras de la vida y pone delante de ti infinidad de puertas para abrir. Pero hay que escoger.

A veces te atrapa, te encadena, te encierra, pero siempre te ofrece una vía de escape, una pequeña grieta por la que escapar durante un rato de la burbuja.


Con sus deliciosos cantos de sirena consigue que pronto la añores, que quieras volver, que confirmes que nunca vas a abandonarla. Te invita a salir y logra que, en poco tiempo, desees volver a entrar. Y te enseña nuevas puertas y te ofrece nuevos caminos. Del mismo modo en que te borra la sonrisa, te la devuelve mejor dibujada. Te quita mucho, pero te regala la posibilidad de obtener mucho más... y puede que mejor... Sólo hay que saber qué puerta abrir.


Estas lecciones te las da en distintos escenarios. Unos son abstractos, como la soledad, el astío, la dependencia o la frustración. Y otros concretos, como las oficinas del INEM o las consultas de la Seguridad Social, una escondida cafetería o un apartado rincón de un parque. Pone principio y fin a tus vivencias, pero hace que éstas se sucedan sin parar. Si se le antoja, te roba todo lo que tienes, te castiga. Pero también te recompensa...

Siempre fue un apasionado de la música. Sólo pensaba en tocar la guitarra, pero siguiendo los consejos de sus progenitores se labró un buen futuro. Unos estudios que no le gustaban le proporcionaron un trabajo que le aburría, pero el calor de su mujer y el cariño de su pequeña le hacían feliz. Hasta aquel día en que todo se nubló. Perdió su empleo y a su amada, que dejó de verle capaz de ser su sustento. Y cayó a un profundo y negro pozo del que pudo escapar gracias a las cuerdas de su guitarra. Reunió todas las fuerzas que le quedaban y el valor que nunca había sabido utilizar. Abandonó la ciudad y, durante un tiempo, recorrió lugares que le hicieron darse cuenta de que no se puede olvidar el pasado ni programar el futuro. No fue un viaje fácil, pero le hizo renacer. Dice que no debemos pensar que la felicidad se quedó atrapada en el ayer, ni que vendrá de la mano del mañana. Dice que la felicidad está en el hoy y que es ahí donde debemos buscarla. Puede que tenga razón.

Ahora toca la guitarra en una preciosa calle peatonal del centro y sonríe cada vez que alguien deja caer unas monedas en la pequeña cesta que preside su escenario. Y fue así como la conoció. La describe como una diosa de ojos verdes y cabello negro, largo, ondulado. Dice que nunca se habría imaginado que su vida, a estas alturas, iba a ser así, pero que es feliz. A su manera y sin su pequeña (que ya no lo es tanto), pero feliz.

Pero sus ojos transmiten añoranza...

2 comentarios:

  1. Preciosa tu descripción, muy bonita… aunque si me lo permites podría ser cualquier ciudad o pueblo del mundo.
    Es difícil saber que puerta abrir y cuando se debe cerrar… Es difícil tomar decisiones…
    Cuando una puerta se cierra otra se abre o una ventana… o miles de ellas… lo bonito de vivir es vivir el momento, (Total mente de acuerdo) y eso junto con poder permitirte el lujo de librarte de los tontos por ciento…Una gran satisfacción.
    Saludos.

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  2. yo creo que tiene razón en lo que piensa.
    Y que en que el futuro no se puede programar, también

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